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¡Hemos llegado a las dos mil visitas!
Estela y yo hemos decidido que -si queréis- podemos hacer algo especial para celebrarlo.
Para ello necesitamos ideas. Si tenéis alguna sugerencia, podéis contactar con nosotras en Twitter (María y Estela).
Si no venís con ninguna no haremos nada y todos moriremos de tristeza.

Capítulo dieciocho.

Jaime: No... Lo siento, los exámenes me comen por todas partes. De verdad, me hubiese encantado verte.

Sintió un escalofrío agridulce. Adiós planes, adiós ser feliz por un momento. Volvió a revolver los papeles por su escritorio, esos que tanto había tardado en ordenar para causarle buena impresión a Jaime y resopló. ¿Por qué? Apoyó la cabeza en sus manos y sintió como se le empañaban los ojos. No voy a llorar, no voy a llorar, no me importa... Subió la música. La radio. Reconoció la canción al segundo, Qué Bonito de 84, y empezó a susurrarla, esperando que nadie se quejase del ruido... y nadie lo hizo.

-¿Sí? -Su voz sonaba pastosa. Fumando, o... durmiendo. Le dieron ganas de reír al imaginárselo.
-Hola, Álex... soy...
-Sí, ya sé -la interrumpió-. Dime.
-Que... ¿sigue en pie lo que me dijiste? Lo del concierto, digo.
-¿Eh? -Le pilló desprevenido, incluso su voz cambió.- Sí, sí, claro. Esa entrada sigue estando libre.
-¿A las nueve en el bar?

Todo había cambiado de un segundo a otro. De querer pasar la noche viendo a Jaime, se moría de ganas de ir a un concierto con Álex y sus amigos. Se imaginaba rodeada de gente, saltando, con luces alrededor y humo de tabaco. Tabaco de liar, y bebidas alcohólicas. Y manos en sitios que no deben estar, y gritos de euforia. Sonrió, era el plan perfecto para no pensar en Jaime, y en su cita fallida.
¿Se verían alguna vez? Ya llevaban varios meses hablando, y la confianza iba creciendo, y Alicia temía que el golpe de su caída fuese aún más fuerte. Más fuerte que esto. Más fuerte que la última vez; y esa fue bastante fuerte. Temía volver a la misma historia, a ser tonta y ablandarse, a ser la muñeca de todo el mundo. Y nunca mejor dicho.

Alicia: No pasa nada. Muy buena suerte en los exámenes.
Pasaron varios minutos en los que Jaime escribía  y dejaba de escribir, mientras a Alicia se le aceleraba el corazón, en menos de dos horas le esperaba algo que para ella era imposible. Y los imposibles, si se habla de amor, no existen.

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