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¡Hemos llegado a las dos mil visitas!
Estela y yo hemos decidido que -si queréis- podemos hacer algo especial para celebrarlo.
Para ello necesitamos ideas. Si tenéis alguna sugerencia, podéis contactar con nosotras en Twitter (María y Estela).
Si no venís con ninguna no haremos nada y todos moriremos de tristeza.

Capítulo veintiuno.

Había tenido suerte, y no se había encontrado con ninguno, en los cinco meses que llevaba en la universidad. La universidad era grande, y eso facilitó que su pasado no apareciera en su futuro.
Él nunca lo había querido así. Siempre había soñado que todos irían a la misma universidad, la de Murcia. Sí, él se decantaría por Artes y Humanidades, pero estarían todos cerca. O al menos eso pensaba. Hasta el último año, no se dió cuenta de que estarían en diferentes campus.
Tres kilómetros. Eran pocos comparados con los mil y poco, pero todavía ninguno se había dispuesto a romper esa distancia entre ellos.

-¡EH! ¡EL DE LA SUDADERA!
No sonreía, pero si hubiera tenido una sonrisa habría desaparecido en aquel momento.
Pensó en no hacer caso y coger el taxi que había en la acera de enfrente, pero no le podía hacer eso. No a él. La última vez que se vieron, vestía de negro, sus ojos habían perdido su color verde tan característico, y el pelo que solía estar revuelto había sido bien peinado por una vez. Le conocían como el típico chico que ocultaba sus sentimientos. Sus últimas palabras antes de irse fueron: Jaime, recuerda nuestra promesa. Hermanos de sangre. Tienes mi pésame, y sabes donde estoy. Que te vaya bien. 
No se dio cuenta de que él también había perdido a alguien importante, no quería verlo. Hasta que no lo aceptó, no empezó a avergonzarse de haber sido tan egoísta. Sus amigos habían estado al lado suyo en todo momento, y él decidió abandonarlos. No pensó que le perdonarían.
Pero como ya había descubierto aquel día en la playa, cuando dijeron que estarían con él pasase lo que pasase, lo sentían. Lo decían de verdad.
Se giró y evitó mirarle a los ojos, igual que ese domingo de luto hace diez meses.
-¿Qué tal te va todo?- le dijo al suelo, intentando evitar echarse a llorar en cualquier momento.
No respondió. Se acercó a él y le abrazo.
-Anda ven, tengo una sorpresa para ti.

Llegó a la residencia tarde, bueno, relativamente tarde.
Por una vez en todo el año, entró por la puerta sonriente, sin preocupaciones.
-¿Qué? ¿Vienes de fiesta? Nunca te había visto así.- Sonrió. Le dio una pequeña palmada en el hombro, y un golpe con la fregona.
-¡Eh! ¡Cuidado!- No le conocía de casi nada, pero aún así se sentía agusto cuando hablaban.- Vengo tarde, pero estoy muerto. Y no, no vengo de fiesta, sino de algo mucho mejor.

Mientras el agua de la ducha se preparaba para arder, pensó en lo estúpido que había sido desde que empezó la universidad. Si hubiera intentado hablar con todos desde el principio, todos esos meses de preocupación habrían desaparecido. No habría borrado el blog, no habría desconectado de todo el mundo. Les habría tenido con él, como había querido.
Intento ver el lado positivo; había aprendido una lección. Había aprendido a solucionar las cosas solo, sin nadie a su lado.
Se había olvidado del móvil cuando fue al campus. Se había olvidado de ella.
*Abrir Whatsapp; nuevo mensaje.*

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