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¡Hemos llegado a las dos mil visitas!
Estela y yo hemos decidido que -si queréis- podemos hacer algo especial para celebrarlo.
Para ello necesitamos ideas. Si tenéis alguna sugerencia, podéis contactar con nosotras en Twitter (María y Estela).
Si no venís con ninguna no haremos nada y todos moriremos de tristeza.

Capítulo veintitrés.

-¿A dónde vamos?
Ni si quiera le había preguntado qué tal. Quería intentar solucionar las cosas, o al menos hacer que todo fuera bien entre ellos. No quería volver a perderle; Sergio había sido su mejor amigo desde primaria.
-Tan impaciente como siempre, tío. Espérate, estamos casi llegando. Me extraña que no reconozcas el camino.- Pudo ver una sonrisa burlona en su cara, y entonces reconoció a aquel chico que no hacía caso a nadie, que no tiraba la toalla. Todos se pusieron en su contra; incluso sus padres. Él siguió adelante, y acabó en la Facultad de Ciencias de la Salud.
Siempre le había admirado, y eso era algo que su amigo no llegaba a comprender.

Reconoció el lugar.
Los niños jugaban en el parque de al lado, con sus madres. Justo en el mismo sitio donde Sergio le tiró al suelo, y donde se hizo su primera cicatriz en la rodilla. Al lado, chicos de trece años hablaban con chicas de la misma edad; flirteando más bien. Los más mayores de dieciséis se dedicaban a hacer trucos y a picarse entre ellos.
Había una chica allí, con su tradicional coleta alta y la chaqueta de su novio puesta. Su risa se podía oír a kilómetros, y sus feeble era el mejor de todo el parque.
-¡Irene! ¡Ven! ¡Ha llegado la sorpresa!
La chica se despidió de los demás y se acercó a la pareja recién reencontrada.
La recibió con una sonrisa, pues se alegraba muchísimo de volver a verla. No sabía que ella había decidido quedarse en Cartagena, y estudiar Arquitectura allí, en vez de en Madrid. Aunque conocía la respuesta: para ella y para Sergio sería muy difícil estar separados.
No contento con haberle alegrado el día, y probablemente el año, su amigo hizo una última llamada.
-¿Entonces vas a venir?
La expresión de Sergio era nerviosa; no sabía si hacía bien en juntarlos otra vez. Al despedirse, ella ni si quiera la miró a la cara. Después de la discusión, no creía que jamás se reconciliarían. Si Jaime era maniático con algo, era con el tema de la fidelidad, fuese el tipo de relación que fuese.
Empezó a chispear, y la lluvia volvió a recordarle aquella noche en la terraza del hotel. Aquel último día juntos, antes de que una llamada de teléfono lo estropeara todo. Antes de que su corazón fuese roto por alguien a quien quería, por primera vez.

Con un gran peso de encima quitado, cogió la llaves de su coche y se dirigió a su casa. Quería transmitir su felicidad al mundo, a su familia.
-Hola, pequeñajo. A estas alturas pensaba que te quedarías a vivir en Inglaterra.- Su hermano Leonardo apareció desde dentro de la cocina. Había estado un trimestre en un instituto de Inglaterra, y no había vuelto hasta hacía escasas semanas.
-¿Pequeñajo? ¿Desde cuándo me llamas así? Anda, ven. Le he preparado la cena a mamá.
-¿Tú? ¿Hacer la cena? Me parece que voy a tener que llamar a esa familia de acogida, se han quedado con mi hermano y me han traído a un inglesito panoli.
Se llevaban cuatro años, pero no había secreto alguno entre ellos. Quizás era algo así como una relación perfecta entre hermanos. Se entendían el uno al otro.
Pocas veces habían tenido que hablar tanto como ese día, sobretodo con el último acontecimiento que había tenido lugar horas antes entre Jaime y su ex-pareja.

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